Sonetos del fenix
Ave Fénix
Del fuego nace en llama renovada,
la aurora tiñe el aire de colores,
renuncia a la ceniza y a dolores,
su canto anuncia vida liberada.
El tiempo le regala otra alborada,
su vuelo se abre al sol, rompe temores,
y guarda en cada pluma resplandores,
de muerte transformada en llamarada.
Eterna en su derrota y su victoria,
renace cuando el mundo la sepulta,
del polvo se levanta con su gloria,
y enseña que la vida nunca es culta,
sino un ciclo de fuego y de memoria,
un grito que del alma nunca exulta.
Fuego eterno
Del trueno surge el canto redentor,
del hierro y de la sangre se despierta,
ninguna tumba queda siempre abierta,
ningún ocaso ahoga al vencedor.
Quien cae se transforma en resplandor,
la llama en su ceniza queda alerta,
y en nueva aurora, súbita, despierta
un vuelo ardiente, férvido, mayor.
Así el Fénix proclama en su tormenta
que el fin jamás corrompe su destino,
que toda ruina al sol se representa,
y alza su grito fiero, sobrehumano,
rompiendo eternidades de camino,
forjado en fuego, eterno y soberano.
Confia
Confía, que la noche tiene estrellas,
y el día guarda siempre su regreso,
ningún dolor es cárcel ni es exceso,
ningún silencio acaba con las huellas.
Las alas vuelven, suaves y tan bellas,
y el fuego se convierte en tibio beso;
del llanto nace un árbol que, en su peso,
resguarda al viento y siembra las centellas.
El Fénix nos recuerda en su latido
que el corazón se enciende tras la pena,
que todo lo caído es renacido,
y que la fe, cual llama que no muere,
te alumbra en cada sombra, fiel y plena,
y al fin te da un camino que te quiere.
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