Civilización es barbarie

Uno de los libros más interesantes de la humanidad afirma que Europa apenas empezó a reconocer a Oriente cuando Oriente aprendió a ganar guerras. La frase desnuda un rasgo profundo de lo que llamamos civilización: el prestigio se mide por las victorias en combate.

Cuatro décadas antes de la publicación de ese libro, en Argentina ganaba las elecciones un genocida que veía en las armas una herramienta civilizatoria. Domingo Faustino Sarmiento, convencido de ser un defensor de la nueva civilización occidental, nos mostraba un debate entre civilización y barbarie. Una consigna que, en su núcleo, llevaba la exclusión de todo aquello que no encajaba en el molde occidental.

El presidente y sus sucesores ganaron las elecciones persiguiendo opositores. Esa práctica no hace más que reafirmar su pensamiento: si la civilización occidental se impone a través de la violencia, la democracia nacida bajo su signo no podía ser de otra manera.

Los “civilizados” del extremo occidente edificaron, sobre la muerte de los “incivilizados” gauchos, negros e indios una civilización de barbarie encubierta. Fundaron escuelas, sí, pero sobre los restos de las culturas que habían declarado salvajes. Levantaron instituciones educativas al mismo tiempo que arrasaban con los modos de vida que no se ajustaban al canon europeo. Como si no fuese mala la violencia mientras después se pudiera asistir al teatro, visitar un museo o exhibir una biblioteca privada en casa.

Así, lo que se presentó como el triunfo de la civilización fue, en realidad, el triunfo de una violencia maquillada de progreso. La civilización se convirtió en barbarie. Porque cuando la cultura se legitima sobre la base de la exclusión y la muerte, no importa cuántas escuelas se funden, cuántos teatros se abran, cuántos museos se inauguren o cuántas bibliotecas se llenen de volúmenes: en el corazón de ese edificio late siempre la barbarie.

Pero quién sabe cómo funciona esto. Se ve que la cultura es más fuerte que las armas. Después de tanta muerte, los gauchos seguimos ahí. Los indios, los negros, los gringos: todos seguimos ahí, como si existiera una fuerza inmune a las pretensiones civilizatorias de las armas. Una corriente silenciosa que resiste bajo la superficie de la historia y demuestra, una y otra vez, que la vida no se deja dominar por las armas de los civilizados.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Una Vez, muchas veces, un cuadro.

El arte de desobedecer

Sendero Infinito